Cada vez son más las investigaciones científicas que nos muestran el relevante papel de las emociones en prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida. Uno de estos ámbitos es nuestra propia biología, la cual cambia en función de las emociones con las que vibramos en cada momento.
Cada emoción vibra con una frecuencia energética característica. Las llamadas “emociones negativas” vibran en frecuencias bajas, mientras que las “emociones positivas” lo hacen en frecuencias muy elevadas. Al resonar estas vibraciones en nuestro cuerpo se desatan múltiples efectos inmediatos en el sistema nervioso, el endocrino, el inmunológico, incluso nuestro ADN ve modificada físicamente su estructura, expandiéndose o contrayéndose al tiempo que activa y desactiva pares de aminoácidos. De entrada, las emociones no son buenas ni malas ya que nos proporcionan información sobre la coherencia o incoherencia existente entre nuestras vivencias y nuestras creencias. Cuando hay coherencia sentimos emociones que nos resultan agradables, mientras que cuando la coherencia no existe sentimos emociones que nos desagradan, las llamadas “emociones negativas”. De hecho, si estas emociones que vibran en baja frecuencia se mantienen durante mucho tiempo, pueden presentar un impacto negativo en nuestra salud. De ahí que se les llame “emociones negativas”.
Cada emoción dispara un estado fisiológico. Un efecto directo de las “emociones negativas” es el deterioro de la capacidad de actuación de nuestro sistema inmunitario, lo que nos lleva a enfermar con facilidad, y a dificultar la recuperación de cualquier patología o intervención quirúrgica a la que seamos sometidos.
A nivel mental cualquier emoción que sentimos con intensidad limita nuestra capacidad de pensamiento y razonamiento. Directamente las emociones intensas, secuestran parcialmente nuestros lóbulos prefrontales, y nos hacen menos inteligentes. A menudo olvidamos que somos los únicos responsables del modo en que nos sentimos, y que dentro de nosotros hay un potencial enorme para dirigir nuestra vida a todos los niveles, incluido el emocional. Tenemos todo el derecho a sentir miedo, tristeza o enojo, pero también lo tenemos a liberarnos de este tipo de emociones con rapidez. Por lo general nos dejamos llevar por nuestras emociones, y nos convertimos en sus rehenes a nivel físico, mental y emocional. Buscamos culpables fuera que nos permitan justificar las emociones que sentimos, sin darnos cuenta del perjuicio que causan en nosotros. Identificar nuestras propias emociones es el primer paso para librarnos de ellas. El segundo pasa por identificar qué es lo que nos está llevando a sentir esa emoción, habitualmente una incoherencia entre la realidad que estoy viviendo y mis creencias más profundas. Y el tercero consiste en actuar, ya sea cambiando la realidad que estamos viviendo, o nuestro sistema de creencias. Que no sepamos hacerlo porque no lo hemos hecho nunca no quiere decir que sea complicado. De hecho, ¡Es mucho más fácil de lo que puedes pensar!
Autor: Ricardo Eiriz
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