Es algo que lleva haciendo muchos años. Un día como otro cualquiera se da cuenta de que el tinte no le ha agarrado esta vez. Ha resbalado como si fuera solo agua. Ni rastro de él ni en el cabello ni en las manos. Ni en la toalla. Qué raro. Si siempre lo mancho todo… Esta vez nada. ¿será el agua? ¿será que ha cambiado algo la marca?? No, la misma agua de siempre, la misma marca. ¿Será que estoy con algún cambio hormonal? No lo parece, pero quién sabe. Prueba diferentes cajas, con agua embotellada, con agua del grifo, aquí, allá… Nada, no funciona.
Un día, charlando con un amigo al que hacía tiempo que no veía, María le cuenta sobre su vida. Resulta que su hijo tuvo un accidente de tráfico y ella se llevó un susto tremendo. Y le cuenta, con esa sonrisa que da el tiempo cuando hemos superado una dificultad lo siguiente: “fíjate qué situación tan esperpéntica que resulta que me acababa de poner la henna en el pelo cuando me llaman del hospital. Me puse un pañuelo en la cabeza y me fui corriendo para allá. Y resulta que me encontré con un médico que había conocido en un congreso, y yo allí con ese pañuelo en la cabeza, y estuve hasta la madrugada con todo ese barro en el pelo…”
Y en ese momento, su mente conecta: Claro, era eso. La mente asoció el tinte en el pelo con una situación de peligro del hijo. Y a partir de ese momento, bloqueó una respuesta biológica para proteger a su hijo. Cada vez que se ponía el tinte en el cabello, su subconsciente no dejaba que funcionara para que no se repitiera esa situación. Entendido el bloqueo, y hecho un pequeño acto de consciencia (ponerse la henna y abrazar a su hijo sano), se deshizo el encantamiento, y el pelo volvió a quedar de su color cobrizo de siempre.
Esta vez era algo sencillo, teñirse o no el pelo no es algo en lo que nos va la vida. Pero ocurre igual con otras muchas cosas. La función de nuestro subconsciente es protegernos de los posibles peligros, y si hemos asociado un estímulo o una acción con un peligro, nuestra mente nos intentará proteger alejándonos de ello. Así pueden surgir diferentes desequilibrios, como las alergias por ejemplo.
Suelo insistirme a mi misma (y a los espejos que la vida me pone delante) que, al final, todo es un tema de consciencia. De estar atentos, de observar, de escucharnos. Cuanto más despiertos estamos, más atentos a nuestra propia vida, más podremos observar esos patrones limitantes instalados para protegernos de un mundo que el subconsciente siempre percibe como amenazador. Si mantengo mi consciencia despierta, si no niego mi dolor, si miro a la cara cada acontecimiento como una posibilidad de aprender, y no me quedo aletargada por tantos estímulos externos, si dedico tiempo a observar desde la neutralidad, si escucho el silencio de mi propia mente, y el latido de mi corazón, probablemente pueda darme cuenta más fácilmente de que la vida es más sencilla de lo que pensamos (con nuestra mente), de que la vida me propone desafíos cuanto menos, interesantes. Y de lo bello que es compartir este viaje, corto o largo pero siempre milagroso, que llamamos Vida.
Este texto es de Ana María Oliva, autora de Lo que tu luz dice.
Pertenece a su BLOG (http://www.energiahumana.es)